Caminaba por la calle nevada y con mi partido de rugby mental constante,
cuando sin venir a cuento, he empezado a golpear fuertemente un contenedor con las dos varas metálicas haciendo saltar todo por los aires, ha quedado todo hecho añicos.
Apenas he podido recoger nada porque era ya inexistente.
Pensé.
Imaginé, que esas dos varas metálicas eran mi desazón.....desasosiego....mi neurosis, todo atiborrado dentro de esos dos palos deformes de color rojizo que lastimaban la piel de mi mano gracias también al impacto del frío invernal.
Todo saltó por los aires.
Los restos se acomodaron en lugares irregulares apenas visibles para mí y fue liviano. Quedó enterrado todo por la espesa e insorportable nieve.
Mientras duró esa pataleta inesperada cerca de la casa de mi paciente todo se volvió borroso, no había sentido, deplorable.
No lamentos.
Y es que por sentirme así incesante, rompería mil varas más a pesar de que los vecinos
no se cansaran de mirarme.
Eterno.
Ya no hay nada dentro.
Desterré trozos de metal rojizo, con nombres y apellidos inservibles.